domingo, 3 de agosto de 2008

LA CIUDAD ANTE UN DESTINO INCIERTO


Integración y pertenencia debieran ser un mismo objetivo

En la primavera de 2006, acabábamos de regresar de un congreso internacional de rehabilitación del patrimonio arquitectónico organizado por CICOP celebrado en la ciudad de Buenos Aires y concluido en Salta, evento que congregó a más de cuatrocientos participantes y expositores de 18 países. Allí se trataron valiosas experiencias donde mucho tuvo que ver el esfuerzo de autoridades y comunidades en preservar aquellos testimonios del pasado sin importar que fueran una humilde capilla, una casita sencilla, un mobiliario de alguna época representativa para sus dueños, museos participativos donde la historia es la protagonista que otorga lazos entre los habitantes de diversas generaciones, o tal vez entre aquellos que ya no están y los contemporáneos, también palacios y hasta sectores históricos de ciudades. Claro, allá en Salta se respiran tradiciones y amor por su tierra y sus cosas por parte de los habitantes. Se sienten orgullosos de “pertenecer” a su ciudad.
Cuando mencionamos “lazos” interpretamos a las herramientas que ponen al patrimonio histórico como unión, no como un obstáculo frente al “progreso”. Las actuales tendencias difundidas ampliamente en el mundo de hoy otorgan al patrimonio un valor sustancial que, contrariamente a lo que algunos piensan, constituye una ventaja y no una traba para aquellos propietarios de los inmuebles.
En Ushuaia no parece entenderse esto, frente a la voracidad de la especulación inmobiliaria que está borrando aceleradamente nuestra identidad. Más grave aún se presenta esta situación si reconocemos que vivimos en una ciudad que desde hace décadas ostenta el record nacional de crecimiento demográfico.
En consecuencia tendemos a borrar la arquitectura maderera fundacional o paisajes muy arraigados en nosotros que soportaron con éxito el paso del tiempo, hoy es el hombre sin necesidad de identidad (aunque algunos vivan aquí desde hace tiempo) que va transformando la ciudad pintoresca que llenó de postales las maletas de miles de viajeros del mundo, en un híbrido tal cual nos estamos transformando los ushuaienses aceleradamente.
Por supuesto que este caos podría haberse evitado. ¿Podrían haberse construido grandes moles de cemento si las alturas máximas del Código de Planeamiento Urbano hubiera limitado las mismas a sólo tres pisos, tal como lo solicitó el Colegio de Arquitectos reiteradamente? ¿O desde el Concejo Deliberante, más que declamar “la importancia de defender el patrimonio histórico-cultural” hubieran dado trámite a los proyectos presentados regulando las características de nuestro casco histórico-fundacional y que hoy duermen en sus cajones? ¿Los valores inmobiliarios ascenderían a precios siderales como actualmente, si hubiera un Código de Planeamiento menos permisivo? ¿A nosotros no nos afecta cuando cada día perdemos la vista a ese paisaje que tanto nos acompañó desde nuestra ventana, para ver un frío paredón?
Pero, las urgencias….siempre las urgencias. Claro, sigue llegando gente con sus lógicas necesidades y si bien este fenómeno no es nuevo aquí, es indudable que no abundan las herramientas y conocimiento de cómo abordar una temática tan compleja.
Cada vez más necesitamos vivir en una ciudad que crezca, pero con un ordenamiento claro y respetuoso de una identidad que nos de un “alma” de ciudadanos, una manera de ir sintiéndonos que somos de acá, tal como cuando fuimos a Salta y veíamos a sus ciudadanos que eran de allá…Nada de eso se vislumbra. Entonces aparecen los esfuerzos heroicos de algunos vecinos intentando lo que pueden frente ante un oponente más poderoso. Nos obligan a oponernos cuando debiéramos ir todos de la mano, asumir que somos iguales tanto los que llegaron antes como los que llegan hoy o llegue mañana, respetando nuestras diversidades pero confluyendo en un objetivo común.
LL

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